viernes, 6 de mayo de 2011

El rol hidrológico de los glaciares.

El rol hidrológico de los glaciares andinos se ha convertido en los últimos años en tema de debate. A diferencia de los conceptos de “impacto ambiental” ó “cambio climático”, que son abstractos, los glaciares son un fenómeno desplegado en el paisaje, y por lo tanto visible. En la Argentina esto se refuerza por la fama del glaciar Perito Moreno y su ruptura eventual.
Sin embargo, el estudio hidrológico de un glaciar es sumamente complejo, ya que su comportamiento entraña dimensiones difíciles de medir. La pérdida de masa, que incluye pérdidas por derretimiento y sublimación, y que parece ser la magnitud más obvia “a los ojos”, requiere el montaje de una grilla de sensores gps o del tipo, más un trabajo de procesamiento de imágenes radar nada sencillo. Esto presupone además conocer la topografía del lecho así como el ritmo meteorológico y energético durante el período de estudio.
A pesar de todo, es ya una verdad casi popular que los glaciares serían “reservorios”, “fuente” del caudal de ciertos ríos en el Oeste del país, los cuyanos. Acompañan muchas veces esta idea la mistificación o sacralización de las zonas montañosas como santuario ó relicto al margen del poblamiento histórico. Por último, la alta visibilidad de los glaciares, así como la relación entre la idea de hielo y temperatura, han convertido a los glaciares en una suerte de índice sobre el tema del cambio climático. Todos podemos “ver” qué pasa con el glaciar: si avance o retrocede de año en año es algo al alcance de quien tenga ojos para ver. Lo difícil queda así convertido en fácil, con el resultado previsible de caer en exageraciones y errores que no sirven ni a un propósito ni a otro: ni se ordena el uso del agua en zonas áridas ni se permite el desarrollo de proyectos de recursos naturales.
Debe distinguirse entre los glaciares del Sur del país y aquellos situados en las zonas más altas de los Andes Centrales. Entre los primeros pueden mencionarse el Perito Moreno, Uppsala, Viedma, en Santa Cruz, ó Frías, cerca de Bariloche, glaciares de tipo templado, cuya existencia depende en mayor medida de los grandes acumulados anuales de precipitación que de la temperatura. Alcanzan gran extensión y su velocidad de desplazamiento es mayor. Entre los segundos, con mucho menos prensa, están los glaciares desarrollados en las partes más altas de Mendoza y San Juan, muy cerca del límite con Chile. En estos casos el desarrollo del hielo está restringido a las partes más altas de la montaña, en cavidades protegidas del sol (expuestas hacia el sur y el oeste) donde la temperatura permanece la mayor parte del día bajo cero, incluso en verano. En este tipo de ambiente a gran altura se desarrollan también los denominados glaciares de escombros, flujos de sedimentos gruesos con hielo intersticial, combinación típica de climas semiáridos de altura.
Ninguno de los dos tipos básicos de glaciares que hemos descripto es “fuente” de agua, ni actúan como manantial. Los glaciares son tan sólo un eslabón intermedio. Pasemos ahora a centrarnos sobre el rol hidrológico de los glaciares en los Andes centrales, marco de referencia para la polémica entre la actividad económica y el impacto sobre glaciares. El origen del caudal de los ríos cordilleranos, en Mendoza y San Juan, es solamente la precipitación, es decir, la caía de agua desde nubes estructuradas en eventos asociados a perturbaciones de la atmósfera. Los glaciares son acumulaciones temporarias, a escala interanual, del aporte atmósférico de agua que ocurre durante el invierno. El hielo toma más de un año en formarse, proceso durante el cual el volumen de agua en fase sólida fluye ladera abajo en la montaña. Cuando ocurre que durante un invierno ha nevado poco, durante el verano siguiente el hielo de los glaciares queda expuesto a la temperatura más directamente (la energía del aire y la radiación solar de onda larga no encuentran nieve con la cual interactuar). Es en éste momento que el agua, aportada por las precipitaciones, pasa a la fase líquida y se incorpora al caudal.
Esta génesis que presentamos aquí puede ser útil tan sólo en un nivel didáctico. Si lo que se intenta es reglamentar alguna protección ambiental para los glaciares comienzan a tomar importancia aspectos más finos, cuyo tratamiento pasa de depender enteramente de parámetros cuantitativos. Todo especialista conoce las asimetrías que pueden surgir entre el conocimiento “en general” de su tema y las aplicaciones prácticas.
En primer lugar, desde el vamos el énfasis sobre el tema parece ser excesivo. El comportamiento de los ríos Mendoza y Blanco (afluente del San Juan) durante años de sequía extraordinaria sugiere que el rol hidrológico de los glaciares fue exagerado en el pasado, cuando aún los estudios hidroclimáticos en los Andes sólo comenzaban. En efecto, luego de la gran sequía de la segunda mitad de la década del ’60, se realizaron en Mendoza dos reuniones binacionales para establecer si se estaba ante una nueva fase climática e identificar las medidas del caso. En sus intervenciones todos los participantes hicieron referencia a los glaciares y a su importancia hidrológica, aunque ninguno afirmó exactamente su importancia en términos cuantitativos (ver Actas de las Primeras jornadas de nivología, de 1968, y El agua y el futuro regional que contiene las exposiciones durante la segunda reunión realizada en 1972).
Por otro lado, las imágenes de satélite han confirmado lo que ya indicaba la experiencia de los escaladores: existen acumulaciones de nieve que poseen un rol hidrológico similar al de los glaciares, asociadas a las grandes fluctuaciones interanuales en la precipitación de invierno. Nuestros estudios sobre el tema sugieren que, si bien para el río Mendoza el aporte interanual, que no se origina solo en glaciares, es de importancia (y por lo tanto para la zona de riego asociada), para otros cursos de agua no constituyen un factor determinante del régimen fluvial. Puede irse más lejos aún, y destacar que la regulación interanual del embalse Potrerillos es de mayor importancia, al aportar un volumen similar pero exactamente cuando los regantes necesitan el agua (ver Lascano, M. “ Contribución de glaciares al caudal de ríos cordilleranos durante años de sequía extraordinaria”. Revista Contribuciones Científicas GÆA, volumen 22).
Pero lo fundamental del tema glaciares estriba en la necesidad, generada por el concepto de inventario, de distinguir entre las variaciones hidroclimáticas de un glaciar y la eventual incidencia que tendría una actividad económica, instalaciones, operaciones, desarrollados en las proximidades de un cuerpo de hielo. En efecto, los glaciares pueden retroceder, avanzar y hasta desaparecer por causas naturales, sin que exista actividad humana en sus proximidades. Debe contarse entonces con información meteorológica e hidrológica, medida al interior de los Andes, para que en el futuro sea posible dirimir con datos objetivos, y con menos emocionalidad y aire de cruzada, si alguna actividad económica afecta la acumulación, avance y ablación de un glaciar. A partir de nuestras investigaciones hemos propuesto una metodología preliminar, basada en la relación entre los caudales de los ríos Colorado (Buta Ranquil) y Blanco (El Horcajo). Las mediciones en este segundo punto han sido descontinuadas por la Subsecretaría de Recursos Hídricos, y sugerimos reestablecerlas para monitorear el rol de los glaciares y manchones de nieve en el escurrimiento andino.
Por
Marcelo E. Lascano 2001-03-16
Publicado en "Energía y Negocios", mayo de 2011