miércoles, 22 de noviembre de 2017

La identidad internacional de la Argentina: 1816-1846


Todo inicio desconoce si el tiempo lo transformará en permanencia. La vida política independiente de nuestro país tuvo un inicio que duró treinta años. La victoria en los episodios del río Paraná de 1845-46, inescindible cima de un recorrido ascendente de 30 años, separaron para siempre nuestra declaración de independencia de lo efímero, de lo casual. Aquél inicio lo había sido de verdad. La Guerra del Paraná fue una victoria bélica, pero sobre todo constituyó el paso de la Argentina a la permanencia definitiva en el escenario internacional. Fue la prueba de que el proceso cultural labrado desde el siglo XVI en las planicies del Cono Sur había sido correctamente advertido por Cevallos, y acertadamente transportado el plano político por los hombres de Mayo al subrogar la autoridad del Virrey en la Primera Junta aquél 25 de mayo. A partir de aquél entonces, el desafío fue validar esa consolidación de la cultura política endógena fuera de nuestras fronteras, entre los demás países del mundo.
 Por esta razón los enfrentamientos bélicos entre la Argentina y Francia y Gran Bretaña deben incorporarse al inventario de los hechos que constituyen nuestra identidad. Resultaron el fundamento clave, la circunstancia que dio sentido a las demás, para que durante las siguientes décadas nuestro país pudiera dictar su constitución e integrarse en la cultura y la economía global. No debe olvidarse que quienes impulsaron la construcción definitiva del Estado luego de 1860 fueron testigos vivientes de la década de 1840. Las aspiraciones que los guiaron en sus acciones descansaban sobre un sentido del tiempo, de la historia, que no prescindió de los episodios que les fueron contemporáneos. Si bien no como axiomas doctrinarios, sus acciones asumieron y proyectaron hacia adelante la identidad internacional consolidada en los episodios de 1845-46. La agresión de las dos grandes potencias reforzó el sentido de existencia de nuestra cultura política. Ese rasgo de la personalidad, así como estaba presente antes de la década de 1840, lo estuvo después, e imantó aquella generación a la que le tocó administrar  el país ya interna y externamente consolidado. Fue la generación que, como señalara el historiador Juan José Cresto, murió a comienzos del siglo XX.
 Nuestra historiografía debe seguir completando la línea de tiempo, asumiendo honestamente su necesaria continuidad, así como el sentido positivo que se deriva del inventario de lo acumulado que nos llega hasta el presente.