lunes, 31 de enero de 2011

No hay “milagro brasileño” sino un gran trabajo de siglos

Y bueno...la filiación con el autor no resta agudeza a las observaciones que siguen...

Sólo en una atmósfera cultural heredera de generalizaciones abstractas si no ideológicas, podría sorprender el encumbramiento de nuestro importante vecino Brasil. El crecimiento, si no el desarrollo alcanzado, el mejoramiento de las condiciones de vida de su población, el ingreso al club de firmas internacionales de la mano de la penetración productiva y comercial en todo el globo confirman ascendente prestigio e influencia internacional.
No hay milagro.
La llegada consagratoria a importantes foros, la conquista del investment grade y la selección del país para ser sede del próximo Campeonato mundial de fútbol (2014) y de las Olimpíadas a celebrarse en 2016 ratifican la influencia de una geopolítica observada con fidelidad desde el Tratado de Tordesillas (1494).
Por supuesto, el secular transitar no ha estado exento de errores, abusos y contratiempos. Empero, los logros superan a los desaciertos.
La irrupción de los últimos años con Lula o Cardoso, si se prefiere, no es ajena al espíritu innovador del varguismo (1930) y menos de las arrolladoras ofensivas políticas protagonizadas durante el siglo XIX. Así Brasil consolidó derechos territoriales en casi 8,5 millones de km2 y límites con diez países. Además, tempranamente se afianzó en la Cuenca del Plata y su sistema de ríos navegables único en el planeta. Instalada pacíficamente en Río durante la invasión napoleónica (1808), la Corte de Lisboa, sin costear guerras por la independencia, durante el siglo XIX con Pedro I y Pedro II afirmó paulatina y exitosamente la empresa política.
Frente a nuestras desinteligencias, el camino hegemónico estaba expedito . Maltratamos a San Martín, unitarios enredados en disquisiciones en medio de la anarquía sembraban vientos de tempestades, dos próceres indiscutidos por muchas razones parecían no entender la importancia política del territorio, la fractura de la unidad en ligas provinciales caprichosas delataban una peligrosa debilidad institucional. La pérdida del Alto Perú y de la Banda Oriental, junto con la guerra de la Triple Alianza, reportaron dividendos territoriales que constituyen un capítulo importante para entender el ascendente señorío geográfico de Brasil, para cuya concreción la alianza tejida pacientemente y sin escrúpulos contra Rosas en 1852 coronó la estrategia.
La Argentina resignaba territorio e influencia mientras Brasil ganaba. Esta diferencia político-estratégica-cultural es fundamental para explicar lo demás.
Sin reparar en el espíritu ambicioso que muestra la empresa nacional brasilera, es difícil entender los resultados que hoy maravillan a expertos y profanos.
La expresión Orden y Progreso simboliza el escenario y la aspiración que el binomio Cardoso-Lula hizo realidad por no alejar la cuestión de la actualidad que nos preocupa. Sin un giro ideológico apropiado para operar en un mundo con nuevas reglas de juego post Reagan y sin rivales para la superpotencia, adaptaron el método precursor de Getulio Vargas y definieron un posicionamiento occidentalista alejado de fantasías sin porvenir.
Sin perder dignidad, Brasil empezó o refinó una política que lo colocara como actor internacional . Sin claudicaciones, como lo demostró en el caso Irán, ascendió en casi todos los campos del quehacer internacional y encabeza muchos indicadores comparados, con sombras en muchos casos, pero cuyas mejoras no pueden ocultarse o subestimarse , tal el caso de la disminución de la pobreza o el aumento de la clase media durante Lula. Los críticos deberían preguntarse si las alternativas, populistas o no, hubieran mejorado logros como la pertenencia al G-20, el BRIC o el G-4 para conquistar definitivamente una poltrona en el Consejo de Seguridad, o pertenecer a la elite que produce aviones y que exporta alimentos que hace cinco años importaba y cuyos logros en energía han merecido tanto reconocimiento como su justificada aspiración nuclear (pacífica y militar) para defender su riqueza marítima amenazada por la codicia de terceros.
Cristina Kirchner proclamó admiración cuando en Madrid, frente a Lula, afirmó: "Siento envidia de ese orgullo nacional que tiene la República de Brasil ..." Más allá del cumplido, la realidad se impone.
Nuestros desaciertos, como las ofensas dirigidas en 2005 al ex presidente Bush en Mar del Plata, por ser contemporáneos, sirvieron elocuentemente para estrechar los vínculos de Brasil con los EE.UU. Al convite excepcional de Lula a Camp David, de inmediato le siguieron acuerdos provechosos mientras nosotros ganamos la descalificación de anfitriones inescrupulosos. Lo menos importante es la descortesía, que por cierto lo es.
El problema es que si la Argentina tuviera una refinada estrategia que contemplara que esos desplantes barriales favorecen a nuestro rival, el episodio no hubiera sucedido y otra sería nuestra imagen .
Afirma el Stratford Report (oct. 4, 2010) que mientras la Argentina está desorientada, Brasil puede "capitalizar la oportunidad para dominar la región" y subraya que "Brasil enfrenta las mismas oportunidades geopolíticas y desafíos con prescindencia de quién ejerce la presidencia." La política internacional responde al largo plazo. Esta es la brújula y la estrategia la ejecuta.
Aunque rivalidad no necesariamente debe identificarse con enemistad, la creciente presencia de Brasil en la región debe examinarse para articular políticas compartidas . La expansión de sus empresas nacionales en Bolivia, Paraguay y Uruguay favorece a los países de adopción y fortalece alianzas.
La Argentina debería ajustar su gestión en la Cuenca del Plata con provecho también para los otros actores . A Brasil también le conviene, porque su infraestructura interna de transporte demanda ingentes recursos para penetrar en el interior amazónico amenazado por depredadores de diferente laya. Una política de ríos adecuada multiplicaría las posibilidades de desarrollo compartido en el ambicioso espacio continental.

Por Marcelo R. Lascano

Publicado en "Clarín" el 24 de enero de 2011

Nueva...¿qué?

Carlos Larraín ante todo puede caracterizarse como un tipo con quien dan ganas sentarse a tomar una cerveza y comer una buena picada... personaje de buen humor, preludio de la inteligencia...el artículo fue publicado en Chile hace algunas semanas, pero su validez supera las circunstancias de ese país


Por estos días se habla de la reformulación de ideas políticas. Desde la izquierda simplemente lo han hecho sin anuncio; no hacía falta, porque la extensa influencia del marxismo teórico y práctico literalmente se desplomó. Atrás quedaron la vía armada, el desprecio por las instituciones "burguesas" (Parlamento, tribunales y Fuerzas Armadas), las loas a Stalin, la confianza en la inevitable evolución de la infraestructura económica. La izquierda aparece sumada a la economía de mercado, a las elecciones periódicas y a la exaltación de ciertas formas de libertad bajo el lema "La economía para los burgueses, la cultura para nosotros". ¡Esa sí que fue voltereta!

En cambio, los partidos que van desde el centro a la derecha (DC, PR, RN y UDI) no tuvieron que sufrir ningún cataclismo. Simplemente fueron adaptando y revitalizando lo sostenido por décadas, aunque con énfasis variables: republicanismo; primacía de la persona sobre el Estado (la sociedad existe para la persona y no al revés); intervención estatal en pro de la justicia y bien común; honradez en los negocios públicos y privados; respeto por la vida y protección de la institución familiar basada en el matrimonio. Todo esto iluminado por la idea de la libertad, pero en sus aplicaciones reales: nacer, estudiar, trabajar, formar familia, asociarse, rezar, pensar, enseñar, hablar, escribir y votar. Particularmente en la derecha siempre hemos sabido distinguir entre la coacción y la conducta virtuosa, y por eso no confiamos tanto en los resortes del poder.

Quienes trabajan en política deben formular sus ideas todos los días para hacerlas comprensibles a fin de que muchos adhieran a ellas sin obcecación ideológica. Ahora bien, para expresar ese ideario, hacerlo inteligible y persuadir, hay que conocer primero esas grandes afirmaciones. Sólo así se podrá lanzar una política de alto vuelo. Siempre habrá que conocer lo probado para discernir lo nuevo y valioso.

¿Neoliberalismo en aprietos?

Guy Sorman, a quien pude escuchar en otras visitas, está muy marcado por su admiración liberal por el capitalismo sin trabas morales ni sociales. Viene de una cultura secularizada y cuestionada por la realidad desde varios ángulos. En Occidente la comunidad está hecha trizas y el Estado hinchado a expensas de ella. Pobre resultado para los que tanto dicen velar por la autonomía individual creyendo que ha ocurrido un desenlace neoliberal.

Para aquilatar el aporte de esta tendencia, ¿duda alguien de que Europa, a pesar de la prosperidad, a ratos esquiva, manifiesta altísimos índices de infelicidad? En Inglaterra, la vida promedio en ciertos lugares es inferior a la del Yemen debido a la violencia criminal, y el 50% más pobre redujo a una duodécima parte su participación en el capital distinto al inmobiliario entre los años 1976 y 2003. En Europa, divorcio, altísimas tasas de nacimientos fuera del matrimonio y, como si fuera poco, un aborto que campea, acelerando el desplome poblacional y su lógica contrapartida, la inmigración, tan súbita y numerosa que distorsiona el aporte que pudo traer.

¿El comentario atribuido a Guy Sorman implica rechazar sólo el cristianismo o es también rechazo a la presencia de cualquier factor religioso en la plaza pública? Si fuera así, quedaría la razón como principio de orden, y eso ya es algo en tiempos de irracionalidad descarada. Sin embargo, para la humanidad corriente la razón va de la mano de la religión, cualquiera sea. Esto es cierto para judíos, cristianos y musulmanes. La razón emancipada ha producido estragos espantosos: el comunismo, el nazismo, y hasta la destrucción de Hiroshima y Nagasaki en la agonía del Japón.

Todavía no hay que confundir las grandes ideas en que se basa el modo de vida occidental con las políticas concretas que dichas ideas puedan inspirar, ni menos con la aparición tan prematura de presidenciables cuando aún no pasan ocho meses del nuevo gobierno.

Publicado el 19 de noviembre de 2010 en "El Mercurio"

martes, 25 de enero de 2011

Mirando América desde El Paso/Juárez

escrito hace algún tiempo por

Marcelo E. Lascano

En febrero pasado me invitan a pasar algunos días en El Paso, ciudad estadounidense ubicada sobre el límite con Méjico. Si la emigración mejicana ha alcanzado Chicago, 3 horas de avión al norte, cuál será el paisaje, tan sólo río de por medio? Con millas acumuladas en el programa de viajero frecuente el pasaje es gratis, así que valen para ir a donde hay amigos, y si hablan español, mejor, y de paso conozco El Paso, y a Juárez paso. Pasadas tres horas de avión desde Chicago un amigo, David Galicia, me pasa a buscar por el aeropuerto.

Como para que no tengan dudas ni los habitantes de El Paso ni yo, la omnipresencia en el paisaje del automóvil y las respectivas playas de estacionamiento marcan que hasta aquí llega la expansión geográfica del proceso histórico estadounidense. Sobre una aridez cuyana, sequedad repartida entre ondulaciones leves, la ciudad se agrega a partir de conjuntos residenciales del típico suburbio californiano. Únicamente sobresalen algunos edificios del centro, monumentos a la propia civilización del trabajo, al homo faber de la personalidad estadounidense. Yendo por la autopista que viene del aeropuerto estas torres se agrandan a medida que nos aproximamos. Me pregunto si no es su rol principal, pero inintencionado, cristalizar para los sentidos la presencia de una cultura. Probablemente también sirvan para sostener sillas y escritorios, y personas los días hábiles. De fondo cierran el cuadro las primeras estribaciones de las Rocallosas, curtidas por un sol que en verano no perdona, pero que en invierno acaricia la piel enfriada de los que vivimos en el Michigan. La semejanza con el paisaje que cruza el acceso sur de Mendoza es notable.

La otra mitad de la ciudad es lo que se llama Ciudad Juárez, donde más de 2 millones de mejicanos viven y trabajan al otro lado del límite internacional. Urbe de crecimiento reciente y rápido, Juárez se despliega también con rasero bajo, extendiéndose más allá del horizonte que marcan los miradores de El Paso. Con un régimen flexibilizado de importación temporal de piezas y partes, la instalación de ensambladoras y plantas de procesamiento atrajo cientos de miles de mejicanos desde el centro y, me dicen, sur del país, en busca de trabajo. La producción se dirige a los EEUU. Si bien los aún más bajos costos laborales de China frenaron el crecimiento de esta modalidad, el norte de Méjico sigue siendo la sede de gran parte de la producción industrial requerida por los EEUU. Estas fábricas son en su gran mayoría de capitales internacionales que también poseen establecimientos del tipo en China. El Paso, sin un entorno productivo agrícola, viñatero, o minero, es el principal centro de servicios de Juárez. Cuando tose la economía de los EEUU tose Juárez, y estornuda El Paso, en ese orden de intensidad. Y si de la boca se trata, desde tan al norte como Denver llegan a Juárez quienes buscan atenderse con dentistas mejicanos a precios sustancialmente menores.

El río Bravo del Norte, o río Grande en inglés , no separa a la Argentina de los EEUU, pero probablemente represente el límite para muchos países Hispanoamérica. Así, con todo, mientras manejamos por Juárez David  desde lo hondo del pensamiento me dice: ¿cómo hacerle entender a los gringos (=short for estadounidenses) que no todo Méjico es así? - Poco problema, David. ¿Cómo hacerles entender a los gringos que la Argentina no es Juárez? En honor a la distancia, el estereotipo debería diluirse en algún punto del trayecto hacia mi lejano país. “Ouuuu, Argentina, I’ve been to Ecuador once”, me dijo una vez alguien que no era ecuatoriano, y no cuando ya avanzaba la noche en algún boliche, sino una destacada profesora universitaria en una reunión bastante formal.”I have no idea what it is like – dije – It’s 5000 km. from where I live”.

Juárez es Méjico, es lo primero que nos informa el mapa, pero es cierto que no representa al área central del país. Si bien la zona ha contado con presencia española por lo menos desde el siglo XVII, sólo comienza a desarrollarse a partir de los ’60. Y es hace menos tiempo aún que el boom industrial permitió el crecimiento meteórico de la población. Juárez entonces tampoco es Tepic, ciudad próxima a Guadalajara donde se crió David. Ubicada en el núcleo geohistórico de Méjico, esta ciudad es producto maravilloso del despliegue de España en América. Las características y méritos de este proceso histórico nos son, en general, desconocidos en una Argentina dónde la presencia de los peninsulares si bien no es más tardía, sí fue más mercantil y menos humanística. Las impresiones del verde Jardín de una hacienda hechos sonido, a través de la música mejicana es un ejemplo de esa identidad a la que se refiere David. No poco de ella puede reconocerse en Juárez, pero como esta ciudad es resultado de condiciones políticas y culturales más recientes, que nada tienen que ver con España, la identidad mejicana existe de alguna manera en medio de nuevos factores: estar sobre la frontera no es precisamente uno de los más positivos. La Ciudad de Chihuahua, unos 200 kilómetros al sur, es también un producto reciente del crecimiento urbano de Méjico, pero está lejos de presentar la atmósfera enrarecida de Juárez.

Pero si Juárez por si sola es sociológicamente atrapante, el contacto entre Juárez y El Paso con todos sus contrastes provoca las reflexiones más profundas. Como tenemos dólares, nos metemos con David en un muy buen restaurant de Juárez. Tequila, limoncito, etc, con el estómago vacío para empezar. De lo que hay en el menú trato de filtrar lo que no tenga picante, tras lo cual debo conformarme con pedir algo que tiene “poco”. Como el que me dice “poco” es David, acto de confianza ciega mediante pido, y cuando llega el “platillo” efectivamente la comida tenía “poco”, poco gusto a otra cosa que no sea picante. La carne que supuestamente había venido sobre el plato era como la herencia Hispánica en Juárez, perceptible sólo con gran esfuerzo. Más allá de que, mientras sea con gente amiga, siempre se la pasa bien, creo que volvería a ese restaurant antes que a casi todos los restaurantes a los que ido del otro lado, sea en El Paso, sea en Chicago o Washington. Porque en definitiva la atención de los meseros hace la diferencia: mientras estuvimos allí David y yo fuimos tratados como invitados a una casa de conocidos. Creo que existe una escala que va desde una calidez verdadera, nunca actuada, como la del restaurant de Juárez, hasta la intervención del waiter, típica en los EEUU, cuando con la comida ya servida se acerca para preguntar “is everything all right?”. Aunque con buenas intenciones, según mi experiencia esta pregunta es eficacísima para interrumpir un diálogo, o para coincidir con el uso máximo de la capacidad portante de nuestro aparato bucal: ¿cómo no tener ganas de mandar al diablo al amable mesero?. Y ni entremos en el enigma del pan, especie inexistente del río Bravo al norte.

Terminada la comida en Juárez es hora de pasar el test de migraciones para volver a El Paso. Con nuestras visas logramos derrotar al oficial de turno. David me pegunta - ¿te sientes más tranquilo de ya haber vuelto de este lado? – La verdad que sí, respondo. Es que, a diferencia de lo que podría pasar en un aeropuerto, la negativa para entrar nos hubiera dejado en el escenario semianárquico de Juárez, con sus cárteles y mafias, su policía dubitativa y su alcalde sobrepasado por la realidad. En esta ciudad dichos problemas existen de una manera muy aumentada por estar sobre el límite internacional, y con un país rico. Puede insistirse acá sobre cuán poco representativa es Juárez de Méjico, o sobre la Argentina. Pero el saborcillo de la desorganización, la corrupción y la falta de conciencia cívica se me hace familiar, tanto más cuando se presenta exacerbado. Así como nuestro país comparte virtudes con muchos otros, no puedo decir que desconozca algunos de los problemas de Juárez. Volver a El Paso, es decir, volver a la atmósfera de la previsibilidad y seguridad de los EEUU, luego de ver la versión extrema de ciertos problemas culturales me hace pensar en la Argentina de hoy. Ya del lado estadounidense David me lleva a recorrer el espectáculo de los alambrados y luces que resguardan el límite internacional, cosa digna de verse. Mientras seguimos la monótona longitud infranqueable, pienso que en definitiva los restaurantes de Buenos Aires, o los de Mendoza, que en mi subjetividad tengo el impulso de considerar los mejores del mundo, de hecho combinan la calidez del restaurant de Juárez con mesas en la vereda, una vereda que no ofrece riesgos. Juárez no es Tepic, claro, y tampoco Buenos Aires. Pero pertenecen ambas a uno de los grupos identitarios que definen el mundo de manera generosa. Así y todo, esa gran cohesión cultural, tan diversa y una como para incluir países disímiles como Méjico y la Argentina, no tiene claro su rumbo político y el sentido cívico en sus dirigencias es frecuentemente débil. En nuestro país el temor a dar un carácter político a nuestra personalidad es, bajo distintas formas, un mal que aleja las mejores personalidades de la vida pública. Me pregunto, ¿es ésta la mejor manera de expandir nuestras virtudes y evitar que existan los problemas de Juárez?