La densidad cultural de Europa se labró en gran medida mientras reinos y
principados se organizaban en territorios más o menos inmediatos. Muchos de
estos dominios se integraron luego para formar unidades mayores en torno a las principales
casa reales, pero algunos se mantuvieron hasta hoy, transformándose en estados.
Croacia pertenece a este grupo. Los americanos de alguna manera unimos nuestro
origen a las fechas de independencia, pero los croatas distinguen netamente
ambos aspectos. Luego del fin del comunismo, es la “autonomía de estado”, que
es una cuestión, lo que se alcanza en 1991, debiendo rastrearse el origen de
los croatas, que es otra cuestión, hacia el final del primer milenio. Esta
aguda divergencia entre entidad legal y existencia histórica puede resultar
útil para explorar la nuestra. Yo por lo menos creo que los argentinos existían
antes de 1810.
En la plaza que enfrenta la estación ferroviaria central (Glavni
Kolodvor, juego: buscar entre estas letras las palabras estación y central) se
erige la estatua de Tomislav I, rey de los croatas, al cual se asocia el
comienzo de la existencia del pueblo croata, fallecido sin descendencia en 928.
Desde entonces hasta comienzos del siglo XX, los croatas vivieron bajo la
tutela política parcial o total de los Hasburgos, en forma directa o a través
de Hungría, en todo su territorio o en parte. En el siglo XIII Zagreb es
arrasada por los tártaros, lo cual marca lo cerca que Asia estuvo de extenderse
hasta el Adriático. Pero, probablemente, fue el rechazo de los otomanos en los
siglos XVI y XVII el hito que, a través de los misteriosos mecanismos de la
historia, garantizó a los croatas una existencia definitiva. Es interesante
aclarar que, hasta entonces, una provincia de Croacia, Dubrovnik, mantuvo con
los Otomanos una relación de coexistencia, mediante el pago un exorbitante tributo
anual que ésta muy comercial ciudad tenía la capacidad de afrontar.
La presencia vecina del Imperio Otomano duró hasta comienzos del siglo
XX, y deja por rastro el contorno de Bosnia, que delínea el perímetro hacia el
Sur de Croacia. Viven también en este territorio croatas, de alfabeto latino y
religión católica, sobre todo en las franjas adyacentes al Estado Croata.
Completan un extemporáneo cuadro étnico los Serbios, presentes en Bosnia y en
la propia Serbia, claramente señalizados por su alfabeto cirílico e iglesia
ortodoxa. Al Norte, los húngaros, tan inexplicablemente individualizados como
los vascos. Al Noroeste, Eslovenia, cultura de tradición católica pero con un
idioma más separado del Croata que el portugués del español. Tenemos entonces
un país delimitado por sus propios vecinos. Si la República Checa y Eslovaquia
se separaron, Croacia y sus involuntarios compañeros de ruta se
“descompactaron”. Tan así es, y ha sido, que cuando Tito agrupa los dominios
que occidente decide apartar de los Habsburgos, el único recurso semántico con
el que contó para etiquetar su aventura fue el la posición geográfica. En
efecto, “Jug” significa “Sur”, “oistoć” “Este”, si acaso mi profesora de Croata
disculpa que consigno los puntos cardinales mal declinados. Lo que entonces parecía
referirse a una raíz común eslava, a un “yugo” eslavo, identificaba en verdad a
“lo eslavo del Sudeste”, con una inevitable y poco laudatoria connotación residual.
Nada simpático. Por un remoto tinte eslavo se buscó enmendar una de hechos más
inexplicables del siglo XX: la desintegración del imperio Austro-Húngaro. Búsquese
allí también la causa del apetito territorial de los serbios, al no poder
sostener el status quo a partir de
1989.
Por primera vez en mucho tiempo los croatas puede hoy alinear la
identidad histórica con la política, dejando atrás, sin mayores estridencias,
ese colectivo insostenible denominado Yugoeslavia. El ingreso a la Unión
Europea debe analizarse desde este aspecto: no serán beneficios económicos, al
menos no en el corto plazo, lo que obtendrá una vez dentro. Más bien, debe
notarse que Croacia pertenece al centro de Europa, y la UE expresa el regreso a
casa luego vivir décadas junto a naciones que ni siquiera usan el mismo
alfabeto.
La capital refleja claramente cómo la modernización actual se mimetiza
con la cuidad que dejaron los Habsburgos, a modo de un único movimiento en
verdad interrumpido por las décadas de hibernación en el “Sudeste”. Hoy
despierta en Zagreb lo que fue adormecido luego de la segunda guerra mundial. Me
miran los mismos croatas sorprendidos porque mi primera visita es a la capital,
sin visitar Dalmacia. Croacia está viva, y la energía emana de Zagreb, caput
Illyricum.
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