martes, 25 de enero de 2011

Mirando América desde El Paso/Juárez

escrito hace algún tiempo por

Marcelo E. Lascano

En febrero pasado me invitan a pasar algunos días en El Paso, ciudad estadounidense ubicada sobre el límite con Méjico. Si la emigración mejicana ha alcanzado Chicago, 3 horas de avión al norte, cuál será el paisaje, tan sólo río de por medio? Con millas acumuladas en el programa de viajero frecuente el pasaje es gratis, así que valen para ir a donde hay amigos, y si hablan español, mejor, y de paso conozco El Paso, y a Juárez paso. Pasadas tres horas de avión desde Chicago un amigo, David Galicia, me pasa a buscar por el aeropuerto.

Como para que no tengan dudas ni los habitantes de El Paso ni yo, la omnipresencia en el paisaje del automóvil y las respectivas playas de estacionamiento marcan que hasta aquí llega la expansión geográfica del proceso histórico estadounidense. Sobre una aridez cuyana, sequedad repartida entre ondulaciones leves, la ciudad se agrega a partir de conjuntos residenciales del típico suburbio californiano. Únicamente sobresalen algunos edificios del centro, monumentos a la propia civilización del trabajo, al homo faber de la personalidad estadounidense. Yendo por la autopista que viene del aeropuerto estas torres se agrandan a medida que nos aproximamos. Me pregunto si no es su rol principal, pero inintencionado, cristalizar para los sentidos la presencia de una cultura. Probablemente también sirvan para sostener sillas y escritorios, y personas los días hábiles. De fondo cierran el cuadro las primeras estribaciones de las Rocallosas, curtidas por un sol que en verano no perdona, pero que en invierno acaricia la piel enfriada de los que vivimos en el Michigan. La semejanza con el paisaje que cruza el acceso sur de Mendoza es notable.

La otra mitad de la ciudad es lo que se llama Ciudad Juárez, donde más de 2 millones de mejicanos viven y trabajan al otro lado del límite internacional. Urbe de crecimiento reciente y rápido, Juárez se despliega también con rasero bajo, extendiéndose más allá del horizonte que marcan los miradores de El Paso. Con un régimen flexibilizado de importación temporal de piezas y partes, la instalación de ensambladoras y plantas de procesamiento atrajo cientos de miles de mejicanos desde el centro y, me dicen, sur del país, en busca de trabajo. La producción se dirige a los EEUU. Si bien los aún más bajos costos laborales de China frenaron el crecimiento de esta modalidad, el norte de Méjico sigue siendo la sede de gran parte de la producción industrial requerida por los EEUU. Estas fábricas son en su gran mayoría de capitales internacionales que también poseen establecimientos del tipo en China. El Paso, sin un entorno productivo agrícola, viñatero, o minero, es el principal centro de servicios de Juárez. Cuando tose la economía de los EEUU tose Juárez, y estornuda El Paso, en ese orden de intensidad. Y si de la boca se trata, desde tan al norte como Denver llegan a Juárez quienes buscan atenderse con dentistas mejicanos a precios sustancialmente menores.

El río Bravo del Norte, o río Grande en inglés , no separa a la Argentina de los EEUU, pero probablemente represente el límite para muchos países Hispanoamérica. Así, con todo, mientras manejamos por Juárez David  desde lo hondo del pensamiento me dice: ¿cómo hacerle entender a los gringos (=short for estadounidenses) que no todo Méjico es así? - Poco problema, David. ¿Cómo hacerles entender a los gringos que la Argentina no es Juárez? En honor a la distancia, el estereotipo debería diluirse en algún punto del trayecto hacia mi lejano país. “Ouuuu, Argentina, I’ve been to Ecuador once”, me dijo una vez alguien que no era ecuatoriano, y no cuando ya avanzaba la noche en algún boliche, sino una destacada profesora universitaria en una reunión bastante formal.”I have no idea what it is like – dije – It’s 5000 km. from where I live”.

Juárez es Méjico, es lo primero que nos informa el mapa, pero es cierto que no representa al área central del país. Si bien la zona ha contado con presencia española por lo menos desde el siglo XVII, sólo comienza a desarrollarse a partir de los ’60. Y es hace menos tiempo aún que el boom industrial permitió el crecimiento meteórico de la población. Juárez entonces tampoco es Tepic, ciudad próxima a Guadalajara donde se crió David. Ubicada en el núcleo geohistórico de Méjico, esta ciudad es producto maravilloso del despliegue de España en América. Las características y méritos de este proceso histórico nos son, en general, desconocidos en una Argentina dónde la presencia de los peninsulares si bien no es más tardía, sí fue más mercantil y menos humanística. Las impresiones del verde Jardín de una hacienda hechos sonido, a través de la música mejicana es un ejemplo de esa identidad a la que se refiere David. No poco de ella puede reconocerse en Juárez, pero como esta ciudad es resultado de condiciones políticas y culturales más recientes, que nada tienen que ver con España, la identidad mejicana existe de alguna manera en medio de nuevos factores: estar sobre la frontera no es precisamente uno de los más positivos. La Ciudad de Chihuahua, unos 200 kilómetros al sur, es también un producto reciente del crecimiento urbano de Méjico, pero está lejos de presentar la atmósfera enrarecida de Juárez.

Pero si Juárez por si sola es sociológicamente atrapante, el contacto entre Juárez y El Paso con todos sus contrastes provoca las reflexiones más profundas. Como tenemos dólares, nos metemos con David en un muy buen restaurant de Juárez. Tequila, limoncito, etc, con el estómago vacío para empezar. De lo que hay en el menú trato de filtrar lo que no tenga picante, tras lo cual debo conformarme con pedir algo que tiene “poco”. Como el que me dice “poco” es David, acto de confianza ciega mediante pido, y cuando llega el “platillo” efectivamente la comida tenía “poco”, poco gusto a otra cosa que no sea picante. La carne que supuestamente había venido sobre el plato era como la herencia Hispánica en Juárez, perceptible sólo con gran esfuerzo. Más allá de que, mientras sea con gente amiga, siempre se la pasa bien, creo que volvería a ese restaurant antes que a casi todos los restaurantes a los que ido del otro lado, sea en El Paso, sea en Chicago o Washington. Porque en definitiva la atención de los meseros hace la diferencia: mientras estuvimos allí David y yo fuimos tratados como invitados a una casa de conocidos. Creo que existe una escala que va desde una calidez verdadera, nunca actuada, como la del restaurant de Juárez, hasta la intervención del waiter, típica en los EEUU, cuando con la comida ya servida se acerca para preguntar “is everything all right?”. Aunque con buenas intenciones, según mi experiencia esta pregunta es eficacísima para interrumpir un diálogo, o para coincidir con el uso máximo de la capacidad portante de nuestro aparato bucal: ¿cómo no tener ganas de mandar al diablo al amable mesero?. Y ni entremos en el enigma del pan, especie inexistente del río Bravo al norte.

Terminada la comida en Juárez es hora de pasar el test de migraciones para volver a El Paso. Con nuestras visas logramos derrotar al oficial de turno. David me pegunta - ¿te sientes más tranquilo de ya haber vuelto de este lado? – La verdad que sí, respondo. Es que, a diferencia de lo que podría pasar en un aeropuerto, la negativa para entrar nos hubiera dejado en el escenario semianárquico de Juárez, con sus cárteles y mafias, su policía dubitativa y su alcalde sobrepasado por la realidad. En esta ciudad dichos problemas existen de una manera muy aumentada por estar sobre el límite internacional, y con un país rico. Puede insistirse acá sobre cuán poco representativa es Juárez de Méjico, o sobre la Argentina. Pero el saborcillo de la desorganización, la corrupción y la falta de conciencia cívica se me hace familiar, tanto más cuando se presenta exacerbado. Así como nuestro país comparte virtudes con muchos otros, no puedo decir que desconozca algunos de los problemas de Juárez. Volver a El Paso, es decir, volver a la atmósfera de la previsibilidad y seguridad de los EEUU, luego de ver la versión extrema de ciertos problemas culturales me hace pensar en la Argentina de hoy. Ya del lado estadounidense David me lleva a recorrer el espectáculo de los alambrados y luces que resguardan el límite internacional, cosa digna de verse. Mientras seguimos la monótona longitud infranqueable, pienso que en definitiva los restaurantes de Buenos Aires, o los de Mendoza, que en mi subjetividad tengo el impulso de considerar los mejores del mundo, de hecho combinan la calidez del restaurant de Juárez con mesas en la vereda, una vereda que no ofrece riesgos. Juárez no es Tepic, claro, y tampoco Buenos Aires. Pero pertenecen ambas a uno de los grupos identitarios que definen el mundo de manera generosa. Así y todo, esa gran cohesión cultural, tan diversa y una como para incluir países disímiles como Méjico y la Argentina, no tiene claro su rumbo político y el sentido cívico en sus dirigencias es frecuentemente débil. En nuestro país el temor a dar un carácter político a nuestra personalidad es, bajo distintas formas, un mal que aleja las mejores personalidades de la vida pública. Me pregunto, ¿es ésta la mejor manera de expandir nuestras virtudes y evitar que existan los problemas de Juárez?

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