jueves, 9 de agosto de 2012

Sevilla, nacida para hacer más bello el arte de vivir




En París y en Berlín han tenido Francia y Alemania sus capitales, condensando en un sólo punto del territorio la historia, instituciones y arquitectura. Desplegándose más bien sobre la Europa continental, franceses y prusianos fueron menos propensos a volcar su historia a la mar. Definitivamente no fue este el caso de España, que a fuerza de surcar los océanos llegó a ser casi dueña del globo, abrazándolo en el Atlántico y en el Pacífico. De esta forma, lo que resumen las capitales únicas de los imperios continentales, en España está repartido entre Madrid y Sevilla. Y no hay exageración si decimos entre Sevilla y Madrid.

Cúpula lateral de la catedral, torre de la Virgen, Alcázar detrás y Vista parcial del Archivo de Indias a la derecha. Toma desde la Giralda, torre mudéjar de la catedral

Con unos 800.000 habitantes, Sevilla es la capital de Andalucía, gran región administrativa del Sur de España. Se ubica sobre el río Guadalquivir, a unos cien kilómetros de su desembocadura, donde el régimen ya es el de un estuario y por lo tanto la ciudad pudo ser puerto en el pasado sin estar sobre la costa misma. Cuando el interior peninsular, obstinadamente mediterráneo, se asomó al Atlántico, Sevilla fue el eslabón entre la profundidad de España y América. San Lorenzo del Escorial, Madrid y Toledo cruzan el océano de la mano de Sevilla. Y si Hamburgo es hoy el puerto de Alemania, mucho más lo fue Sevilla de España. La religión y la cultura se embarcaron aquí en su viaje a América. Llegando a la ciudad, el viaje al pasado empieza en avión. El aeropuerto es un edificio de los ’50 de bóvedas pesadas bien mantenido y perfectamente conservado en su estado original, literalmente hablando. Es el precio que paga Sevilla por haber sido la primera en conectarse con Madrid por tren de alta velocidad.

La estructura de la ciudad y el tejido de sus calles muestran las etapas de crecimiento a lo largo de los siglos. Aunque deben buscarse con esfuerzo, existen rastros de calles y pasajes que van y vienen, discontínuos, sobreimpuestos, correspondientes a la ciudad que construyeron los musulmanes. Aquí se inscribe la arquitectura árabe, característica de la cultura islámica, denominada Mudéjar en el Sur de España. Su  importancia en el paisaje y la identidad de la ciudad puede prestarse a confusiones. Al volverse algo exótico nos llama la atención a nosotros americanos. Yo diría que se trata de elementos estéticos que han quedado ya absorbidos, resignificados. Incorporados en el lenguaje cultural de esa España donde nunca se ponía el sol, con la certeza de sí propia de los imperios en los que, por el protagonismo del presente, los rastros materiales del pasado quedan en un segundo plano. Es así que en Sevilla hay una espontánea ausencia de rastros de eliminación sistemática o de rechazo a esta herencia. Tan propia se ha vuelto que tampoco ha sido convertida en señuelo obvio para turistas despistados. Granada sí, por la omnipresencia de la Alhambra, atrae una cantidad notable de visitantes que, y es fácil advertirlo, buscan el significado de las guerras de medio oriente en la arquitectura de un palacio desprovisto de sus constructores.

La etapa siguiente es la del esplendor, que transformó lo previo casi por completo. En este período se desarrolló el casco más antiguo, reconocible en el mapa por el perímetro circular característico de toda ciudad europea de siglos. Sin una matriz medieval pre-existente, durante los siglos XVI y XVII Sevilla crece rápido y crece barroca. El ímpetu de una España volcada hacia el Atlántico se mezcla con el ímpetu arquitectónico del barroco que lo construirá todo con revestimientos, sin dejar piedra a la vista, abundantísima en otras capitales histórica de la península. El color externo de casi todos los edificios será el blanco, prestado por las urbes marítimas, y los rebordes y aberturas llevarán un amarillo invariablemente pálido. Los edificios monumentales muestran más o menos participación del rojo, distinguiendo así en el paisaje las casas de vecino de las construcciones institucionales. Queda así lograda la estampa ya universalizada de la arquitectura hispánica, la de Sevilla, y que representa todo el gran conjunto Español de la península y de América. Si visitamos Méjico o Madrid, nuestra vista comienza a procesar el paisaje asimilándolo al de Sevilla que por ser el más logrado es el que ha quedado fijado en la memoria. Como si hubieran podido anticipar esta preeminencia simbólica, los romanos llamaron Híspalis a la ciudad, y de allí se tomó el nombre de la unidad de la península y la identidad histórica en América.

Plaza de la Virgen de Los Reyes

La ciudad entonces es un producto mixto. Su cultura tiene la antigüedad de la de España pero su estructura física se construyó del siglo XVI en adelante, careciendo entonces de una estructura medieval de estrechísimas calles. En muchas ciudades europeas que han heredado un extenso casco medieval (Londres, Estrasburgo, Madrid), el centro neurálgico de la vida de todos los días ha debido trasladarse hacia algunos de los “ensanches” adyacentes, generalmente de los siglos XVII y XVIII. A veces se trata de pocas cuadras, pero el visitante puede reconocer que las abigarradas calles del siglo XIII, hoy repletas de hostales para turistas, supieron albergar ese centro hoy desplazado fuera. El origen barroco de Sevilla le ha evitado este desfase entre forma y función. Sevilla cobra así un aspecto de vitalidad entrelazado con una composición urbana heredada, único en Europa. La ciudad que vemos hoy entonces es la que siempre ha sido. La ciudad evolucionó sobre sí misma. París, Praga, o Berlín, con todo lo que tienen para ofrecer, muestran barrios“vacíos”, áreas de la ciudad con edificios monumentales y puntos focales muy por sobre su importancia actual. En Berlín, por ejemplo, se intenta mantener la vitalidad de lo que fue el centro de la mitad socialista de la ciudad (Alexander Platz) pero con tan sólo una caminata puede reconocerse que la línea de tiempo de la ciudad se ha trasladado hacia Unter den Linden y Postdamer Platz. En Sevilla, línea de tiempo pasa hoy por donde pasó siempre.

Lateral de la catedral a la tarde

Los complejos monumentales de Sevilla reflejan en mi opinión que aquí estuvo la capital de la América española. La catedral ocupa una manzana entera, abarcando un catálogo de recintos religiosos con las más diversas funciones. Presidida por el más austral pero no más virtuoso gótico europeo, esta ciudadela religiosa ostenta también sólidas manifestaciones del barroco que enmarcan la vibrante reafirmación política de la España del siglo de oro. Con epicentro en una desbordante devoción a la Virgen, Sevilla tiene en este plano puntos de contacto con la restauración de la iglesia en la Europa central eslava: teología, política y arquitectura mostraron un nuevo impulso histórico con motivo de la reforma. La mentalidad de la época desdibujó los límites entre las tres, fundidas a su vez en el movimiento expansivo. Así como este ciclo tuvo en Praga un anclaje para la Europa central eslava,  tuvo en Sevilla el trampolín para dar el salto del Atlántico. Entre la catedral y los muros del alcázar se ubica la columna con la imagen de la Inmaculada concepción, la misma que puede encontrarse en las principales plazas del mundo habsburgo, aparentemente lejano por distancia y clima. Estando en Praga pude hacer alguna colaboración para costear la reconstrucción de la que supo erigirse en su plaza principal.



Finalmente, el Archivo de Indias se erige en la misma parte de la ciudad. Probablemente se trate de la institución más densamente representativa de la Sevilla que fue capital del Atlántico y sin embargo, su edificio resume una gran sencillez de forma y estilo. Se destaca por su presencia maciza en dos niveles y por la homogeneidad de sus cuatro fachadas. Sus ventanas estrechas indican la importancia del acervo documental que cobijan, dando a entender al mismo tiempo su disponibilidad para quien lo requiera pero sin convertir la historia vivida en un museo de arqueología para seguidores de Indiana Jones que, calzando ojotas de plástico, suelen visitar la ciudad. La línea de tiempo que mantiene intacta su presencia en la ciudad, también se mantiene contínua en los significados de la historia: pude visitar en el Archivo una exposición sobre la piratería Anglo-holandesa de los siglos XVI y XVII. Uno de los más destacados comerciantes de esclavos de entonces da nombre a una pequeña plaza en La Haya, a la que tenía vista el edificio en el que me hospedé alguna vez. Distintos lugares, distintos significados.



En forma espontáneamente orgánica se ha construido Sevilla, como un bosque de callejuelas y edificios adaptados a un sol inextinguible. La luz parece brotar del mismo blanco de sus paredes. Como si no bastara la luminosidad y el calor de los 37º de latitud, me cuentan que se recluyen en sus casas con poco ánimo  los sevillanos durante los días de lluvia, por lo demás escasos. Será más bien que la tristeza de los sevillanos impacta en el ánimo del sol. Sevilla es un astro con luz propia.

Un lugar común, el de aquello de que “no hay palabras para describirlo”, resulta de particular utilidad para referirse a la comida en Sevilla, y para abreviar y pasar a los sevillanos mismos. Sin haberlo concertado, los sevillanos viven su vida de todos los días sin intención de hacerse cargo de la de los visitantes, y sin asumir el dudoso  papel de “ciudad turística” con meseros que hablen inglés, corriendo el riesgo de convertirse en una Las Vegas de sí misma, exacerbando en folletos lo que el turista piensa de la ciudad antes de conocerla. Esto que podría pintar a los sevillanos como un tanto desconsiderados es probablemente el mejor de los mundos para el viajero. Es la posibilidad de ser un sevillano más, por lo menos en cuanto sepamos volver de la plaza principal al hotel a la noche, y dónde se sirve el mejor jamón. Al pedir una tapa se nos dará lo mejor y al mismo precio. Al preguntar por la calle de la concepció’ nos mirará el sevillano como si habiéndolo sabido lo hubiéramos olvidado: ¿quién es este que pregunta, que no sabe dónde queda la calle de la concepció’? Sevilla no apta para turistas.



La energía de los sevillanos se consume en su propia forma de hablar, para la que sí hay palabras y sobre todo canto, en sus comidas, en la noches de tapas, en la veneración a los santos. Hay tiempo para vivir, no para mostrarle a los demás como se vive en Sevilla.



En Sevilla pervive el alineamiento entre la historia, la cultura y el presente que supo existir en toda Europa y hoy hay que ir a buscar a sus pequeñas aldeas o a las zonas rurales. La Europa creadora, sin tiempo para quedarse añorando el pasado, tuvo su epicentro en las grandes ciudades. Sevilla es quizás el último bastión de aquella cultura urbana europea. Por eso es distinta a todas las demás capitales de su escala. En muchas grandes ciudades del continente las empresas están vivas. Los grandes monumentos de Sevilla están vivos. Sevilla no señala un repliegue sobre el pasado, sino una forma de vivir el presente.




Por Marcelo E. Lascano 

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